EL CALEUCHE
Repentinamente se escucha el ruido de cadenas, y aparece, magníficamente iluminado, el Caleuche en medio de las brumas. Es el Buque Fantasma de los chilotes. Tiene velas rojas, y sobre su cubierta bailan vertiginosamente los imbunches, aquellos seres raptados cuando niños por los calcus (brujos mapuches) y desfigurados, volviéndoles la cara hacia atrás y fijando una de sus piernas en el cuello, de modo que usan una sola para andar y bailar. Esto ha valido también su nombre al buque, que proviene de ca, otro; leun, transformar; y che, gente: gente transformada en otro ser, es decir, en un imbunche.
Muchos chilotes han divisado un Caleuche. Siempre ocurre en esas profundísimas noches ya señaladas, jamás en el día. Al examinar en la mañana siguiente el sitio que ocupaba el buque, se dará con un tronco seco, un arrecife u otro objeto, a orillas del mar, pero jamás con el navío. Esto ha dado lugar a la creencia de que en el día navega como submarino.
El Caleuche no se mantiene aislado de los hombres de aquella tierra. Muchas veces sus tripulantes se apoderan de alguna embarcación y se llevan a bordo a sus marineros y pasajeros, donde los mantienen recluidos, para abusar de ellos.
Los brujos de la isla, organizados en la Casa Grande o Cueva de Quicaví, visitan el Caleuche dirigiéndose a él a espaldas de un Caballo Marino. Como los imbunches son criaturas que están a su servicio, las aprovechan para realizar sus malas artes.
Así se explica que ciertos comerciantes empiecen a enriquecerse repentinamente: es que están en relación con algún brujo, quien les consigue las mercaderías de que se ha apoderado un Caleuche. Basta con observar bien lo que ocurre en sus almacenes o tiendas: se escuchará de noche arriar cadenas en la playa, un ruido que revela sin duda alguna la presencia de uno de esos buques. Los puertos frecuentados preferentemente por ellos son los de Ouicaví, Llicaldad y Tren-Tren.
El buque es considerado en cierta manera como una persona, pues tiene una esposa, que es una loba marina. Pescadores de la isla Tenglo, de Puerto Montt, mataron a ésta en una ocasión, y el Caleuche anunció que se vengaría raptando la muchacha más hermosa de aquella ciudad y haciendo daños a sus pobladores. Efectivamente, poco después desapareció de ella la niña más agraciada y hubo tres grandes incendios: el Caleuche había hecho efectiva su amenaza.
Cabe advertir que este mito nada tiene de común con el del Buque Fantasma europeo. Este está poblado por seres Rumanos normales, aunque sujetos a un hechizo, pero no por imbunches. Además, arriba como un buque cualquiera a un puerto, y sus tripulantes conversan con sus pobladores y participan en fiestas realizadas por éstos. La visión de un Caleuche, en cambio, está reservada a un iluminado y es de brevísima duración.
Por otra parte, aun cuando son evidentes los elementos mapuches, no cabe duda que el mito como tal es de origen posterior a la llegada de los españoles. Antes sólo había en Chiloé bongos (canoas de un tronco ahuecado) y dalcas (piraguas de tres tablas), pero no se conocían buques, como tampoco cadenas. El Caleuche es conceptuado como un velero español o pirata.
EL TRAUCO
Así como los faunos son encarnaciones del adormecedor ensueño del mediodía greco, el Trauco encarna las eternas y, húmedas selvas pluviales del austro chileno. Su cuerpo se asemeja al tronco de un árbol, y el pahueldún, un grueso bastón retorcido que suele usar en sus andanzas, se confunde con él mismo, pues tiene su figura. Si uno logra apoderarse de ese báculo y lo sacude en el suelo, puede tener la seguridad de que el Trauco siente los golpes. Y si se le lleva a casa y cuelga sobre el fogón, comenzará a destilar aceite, con el que se puede sanar a los que han experimentado los maleficios del Trauco.
Este, sin embargo, está, además, cubierto totalmente de fibras de quilineja, lleva un sombrero cónico semejante a un cucurucho y tejido de la misma quilineja, y sus pies forman muñones informes que carecen de talones y dedos.
Es capaz de matar con su mirada a una persona, siempre que la vea antes de ser observado, pero más frecuente es que ella quede deformada, con el cuello torcido, o sentenciada a morir dentro de un año. Si alguien ve primero al Trauco, éste morirá.
Es de instintos lascivos y procura siempre apoderarse da alguna mujer para abusar de ella. A menudo molesta de tal manera a los habitantes de una casa que los lleva a la desesperación. No es fácil de reconocer, pues es de pequeña estatura, una especie de enano, pero con el cuerpo similar al de un adulto.
Si se le Increpa pronunciando los nombres de fiura (figura), hueye (invertido), pompón de monte y otros, se retira y no hace daño. Al llamarlo con su nombre propio, en cambio, acude de inmediato. Antes de ser visitadas por él, las mujeres suelen verlo en sus sueños, en que aparece como un joven de buena presencia e incluso como un religioso. Especialmente peligroso es en las selvas, donde desflora a las mujeres que penetren en ellas.
Existe también una trauca, pero de ella se habla poco.
En los bosques se reconoce la presencia de su marido por hachazos que se escuchan y que no provienen de un mortal, sino de él. A veces se siente también un ruido ensordecedor, semejante al de una tropa de animales bravos que avanzan atropelladamente. Se suelen encontrar también sus materias fecales en los troncos de los árboles y los umbrales de las viviendas.
Se le atribuyen las jorobas, parálisis faciales, tullimientos y dislocaciones de los huesos, el tortícolis, un repentino decaimiento o dejadez con que amanece el cuerpo, el hecho de .malograrse el carbón en la hornada, como también el chisparroteo Incesante de éste al ser encendido, como consecuencia de que él lo pisó.
Defensas o amuletos contra los males que ocasiona son, por ejemplo: un escapulario con carbones a ambos lados, dos pares de ojos y dos barbas de chivo; tirar cochayuyo o derramar ceniza en las cuatro esquinas de la casa; hachear sus esquinas; hacer una cruz con dos cuchillos; hacer silbar un huiro (alga marina); dar a conocer los sueños habidos con el Trauco; pasar por el humo a una víctima de él; desmenuzar y frotar ajos entre las manos; y arrojarle un puñado de arena, pues se pone a contar sus granos, lo que permite escapar.
Es peligroso insultarlo, pues suele vengarse, golpeando al ofensor.
LA PRODIGIOSA PINCOYA
¿Por qué hay en el mar y las playas sitios en que abundan los peces y mariscos, mientras que en otros escasean o faltan por completo? ¿Por qué la dotación está sujeta constantemente a variaciones?
Pues bien, algunos chilotes afortunados han podido establecerlo. A veces, en los raros días de sol de aquel archipiélago, sobre todo cuando la primavera derrama sus primores por las bellísimas bahías del Mar Interior, ellos han visto, sentados sobre alguna roca, a la Pincoya, acompañada por su marido, el Pincoy. Conversaban alegremente y radiaban contento y buen ánimo. Podría confundírselos con una hermosísima pareja joven, pero en realidad sus extremidades inferiores corresponden al cuerpo de una foca, y sólo la parte superior es humana. Nadaban en seguida a lo largo de la playa, siempre sonriéndose, y se posaban en ella, esparciendo a lo largo semillas de mariscos, y es por eso que abundan éstos en los parajes frecuentados por ese matrimonio. Y de la misma manera éste llama la abundancia de peces.
No se les debe espantar, ni abusar de esa riqueza en especies marinas, pues se disgustan por ello y no regresan más al mismo lugar, el que experimenta luego una gran escasez.
Se estima que es posible reconciliarse con la Pincoya (pues es ella y no su marido la que en realidad provoca aquella plétora), para lo cual es preciso salir mar afuera en bote y llamarla, implorándole su perdón. Para tener éxito, empero, es preciso dirigirse a ella en compañía de algunas muchachas de alegre carácter y amable aspecto, pues sólo así se la atraerá.
El mito de la Pincoya ha dado origen a numerosos cuentos. Uno de ellos se refiere a una hermosa mujer que contrajo matrimonio con un hombre de malos hábitos. De acuerdo con una antiquísima tradición, tales individuos son transformados en peces, y así le ocurrió también a aquel pescador, una vez que salió a tender sus redes.
Muchos pretendieron a la bella viuda, pero tardó mucho en aceptar a uno de los pretendientes. El día anterior a la celebración de las nupcias se fue a bañar al mar, y mientras lo hacía cantaba alegremente. Su canto atrajo al primer marido, quien estaba muy disgustado por haber aceptado su mujer un nuevo enlace. Levantó una gran ola, que la cubrió y arrastró mar afuera. Fue capaz, sin embargo, de asirse de una roca, pero el pez se le echó encima, y más tarde se la encontró sin conocimiento en la playa.
Estuvo muy enferma, pero se recuperó, y fue posible realizar las bodas. Pronto se pudo constatar que estaba encinta, y dio prematuramente a luz una bellísima criatura. Tenía un hermoso rostro, un cuerpo perfectamente formado y el cabello largo como una mujer adulta, pero sus extremidades inferiores representaban la cola de un pez, larga y enroscada.
Los padres se mostraron desconsolados, pero la madre se enteró de que la niña había sido concebida por ella cuando la violentó el gran pez al bañarse antes del matrimonio.
Creció la niña cual prodigio de belleza y tenía una encantadora voz que arrebataba a todos. No podía andar, sin embargo, por faltarle las piernas, y sólo le era posible arrastrarse por el suelo. De preferencia se dirigía al vecino mar,saliendo a las rompientes, que eran su sitio predilecto, pues allá jugaba con las olas, saltando a veces por encima de ellas. Y siempre se le veía cantando alegres melodías.
Dado su buen carácter, muchos la pretendían, a pesar de su defecto orgánico, pero ella rechazó todos los ofrecimientos que se le hicieran. Su mayor placer consistía en salir mar afuera en las tormentas, para salvar náufragos. Frecuentemente, la visitaba su padre, quien trataba de persuadirla de quedarse en el mar, pero no lo logró, pues volvía al lugar de su nacimiento.
Pasaron los años, y un buen día observó un enorme albatros que revoleteaba sobre ella y que fue atraído por su canto, de modo que descendió, posándose sobre una roca vecina en la playa. Pronto se trabaron en viva conversación, mirándose y riendo como enamorados. A los pocos días acordaron contraer matrimonio, y se fueron a vivir en una roca situada en una isla vecina. Pronto tuvieron familia: eran aves que tenían algo de peces, por la madre. Pueden vivir en el agua como éstos, pero vuelan también por sobre los buques que se acercan a la costa chilena.
Otro cuento se refiere a la cochodoma, nombre que tiene la jaiva hembra en Chiloé. En cierta ocasión, una india anciana y muy pobre que vivía en una vetusta ruca cerca del mar, como todos los chilotes, salió a mariscar, como lo suelen hacer siempre las mujeres del archipiélago cuando baja la marea, a fin de recoger los pececillos y mariscos que quedan en descubierto. En la noche la choza había sido azotada terriblemente por una violentísima tempestad. Por tal motivo, esperaba encontrar, además del botín corriente, una buena cantidad de leña, que necesitaba para preparar su comida y calentar la choza.
Ocurrió, sin embargo, que la resaca era tan fuerte que no podía acercarse a la playa. Pero como tenía hambre, procuró apoderarse a pesar de ello de algunas presas. Una enorme ola cayó de improviso sobre ella, y en su miedo trató de asirse de algo, estirando la mano. Sintió en ella, en efecto, algo voluminoso, como si hubiera cogido una colpa o conjunto de mariscos adheridos entre sí. Tratábase, sin embargo, de una cochodoma y no de una colpa.
Tan grande resultó ser aquella jaiva que le proporcionó carne para varios días. La colocó con los demás mariscos en el chaihue (canasto tejido de fibras), y regresó a la ruca. Al extraer aquellas especies pudo ver que la jaiva estaba partida, lo que se explicó suponiendo haberla aplastado al caerse en el mar. Tomó un cuchillo y la abrió. Su sorpresa fue grande, pues en vez de huevos sólo contenía una bellísima niñita, muy viva y de cuerpo transparente y brillante como si fuera de conchaperla. Tenía los ojos verdes y el cabello largo. Lo más curioso fue, sin embargo, que en vez de piernas tenía la cola de un pez, asemejándose a la Pincoya. Por tal motivo, la supersticiosa anciana no se atrevió a extraerla de la jaiva, sino que se fue con ella a visitar a una machi amiga, para consultarla.
Esta la informó que la criatura no tenía como padres a seres humanos, sino a la Reina del Mar, que sin duda la había escondido en la cochodoma para protegerla contra los cahueles (focas) que se la querían comer. Le aconsejó colocar la jaiva en el mar sobre una roca y esperar.
Llena de temores, la india procedió así, y se escondió en un tepual vecino. Pronto escuchó, sin embargo, una voz que la llamaba. No sabía de dónde provenía ésta, pero finalmente descubrió una bellísima Mujer-Pez que se había acercado a la playa y que tenía el cabello tan largo que le envolvía todo el cuerpo y que estaba cuajado de perlas. Se le acercó y le dijo que era la madre de la niñita. Un cahuel, que pretendía casarse con ella, había muerto a su marido, y por eso había colocado a la criatura en la cochodoma. Luego salió del agua, se sentó sobre una roca y dio de mamar a la niñita. En seguida le rogó que se llevara a ésta a su ruca, a fin de protegerla contra la rapacidad del cahuel, pero que la colocara todos los días sobre la misma roca, a fin de poder darle el pecho. Le prometió como retribución una gran abundancia en peces y mariscos.
Así se hizo efectivamente, y aquella india disfrutó desde entonces de un gran bienestar. Creció la niñita, y cuando se había desarrollado suficientemente para nadar en la alta mar, se la llevó consigo su madre. Ambas volvían, sin embargo, frecuentemente, para conversar con la anciana y entregarle como cariño hermosas perlas. Ya nunca más esa amable india padeció privaciones.
COMO UN INDIECITO SE HIZO RICO
Un indiecito muy valeroso e inteligente estaba enamorado de una bellísima joven. Fue inútil que la solicitara a su padre, pues éste le advirtió repetidas veces que era demasiado pobre para poder aspirar a poseerla jamás. La joven le tenía afecto y habría aceptado ser su mujer, pero le manifestó que antes tenía que formarse una situación.
Esto lo indujo a recorrer mundo. Se le ofreció trabajo en muchas partes, pero se le quería pagar un salario de hambre, por lo cual rechazó todos los ofrecimientos, y seguía su camino.
Supo finalmente que un campesino rico estaba sufriendo mucho por la pérdida de ganado que le ocasionaban causas ignoradas. Se ofreció para salvarle sus animales e impedir las pérdidas que tenía que experimentar. El rico aceptó, e incluso se declaró dispuesto a pagarle el salario que pedía, que era muy elevado, siempre que cumpliera su cometido.
En primer lugar, se trataba de una considerable pérdida que ocurría en el rebaño de ovejunos: desaparecían muchos animales, y nadie sabía por qué. El indiecito se fue al potrero en que estaban aquellos lanares y trepó a un coihue, en cuyo ramaje se escondió. Observó desde allí todo el día, pero nada le llamó la atención. En la noche, al regresar a casa del patrón, informó a éste que no había ocurrido nada. Al día siguiente, sin embargo, se encontraron muchas ovejas muertas. Ya lo iban a despedir, cuando pidió le dieran otra opción.
Se le ocurrió que tal vez el causante de las pérdidas lo había observado cuando trepó al coihue, por lo cual esta vez regresó al rebaño y se acostó entre los animales, durmiendo con ellos disfrazado de oveja.
Efectivamente, a la luz de la luna pudo observar que salía del agua una serpiente de gran tamaño con cabeza de gato y lengua muy afilada, con uña en la punta. De inmediato, se enteró que se trataba de una Lampalahua. Sabía que está provista de fuertes garras, con las que abre túneles en la tierra, en los que vive. De vez en cuando saca la cabeza a la superficie, ya sea en medio de un potrero, a la entrada a un villorrio o en otras partes, a fin de satisfacer el hambre. Devora entonces lo que encuentre: hombres o animales. Puede también subyugar a sus víctimas con la vista, sin que la resistan. Cuando tiene sed, es capaz de secar todo un arroyo. Es especialmente peligrosa porque la uña de su lengua es venenosa. También suele frecuentar las corrientes de agua. Su nombre proviene del mapuche, en que lampa significa una glándula hinchada (la uña) y lahueñe un lagarto grande.
El indiecito sabía también cómo había que proceder para apoderarse de la víbora: había que tomarla de la lengua y retorcérsela. Así lo hizo: el peligroso reptil se le acercó cautelosamente, arrastrando su pesado cuerpo, y tenía el propósito de clavarle la uña venenosa en el cuello. Repentinamente, el joven estiró el brazo y aprisionó la lengua entre sus fuertes dedos, retorciéndola de inmediato. La serpiente daba vueltas y saltaba, pero el joven la tenía firmemente asida y la hizo revolcarse hasta que se agotaran sus fuerzas y muriera.
Se la llevó entonces al rico, le explicó la causa de las pérdidas que había tenido en su rebaño, ahora ya inexistentes, y le pidió le pagara lo .convenido. El rico le pidió que le explicara cómo se había apoderado de la víbora y, escuchado el relato, le dijo:
—¡Y quieres todavía plata por tan poco trabajo!
Como el indiecito insistiera en lo concertado, se declaró finalmente dispuesto a pagarle, siempre que matara también a un Zorropillán que estaba robándole todas las gallinas: en su fuero interno estaba convencido de que el joven no sería capaz de hacerlo, de modo que no iba a tener que pagarle nada.
El indiecito meditó un momento: no conocía ningún Zorropillán, pero sí un Zorroculebra (Nirivilu o Ngürüvüu), pero a lo mejor el patrón consideraba a Pillán como un fantasma. Por eso aceptó de inmediato. Le exigió, eso sí, que ya no hubiera ningún pretexto para no pagarle. El patrón así se lo prometió, y llamó al mayordomo como testigo para confirmarlo.
El joven fue en primer lugar al gallinero y juntó todas las plumas que había. Luego se dirigió a la carnicería y compró sebo, con el que se untó todo el cuerpo. Después se revolcó en las plumas, de modo que parecía gallina, y se metió en el gallinero.
Efectivamente, al entrar la noche apareció el Nirivilu a la entrada: era una zorra que tenía el cuerpo inferior igual al de una serpiente. Vive generalmente en el agua, y es irritable y feroz en grado sumo. La cola termina en una uña muy aguda y venenosa. Frecuenta los vados de los ríos y las lagunas, donde ataca a los hombres y animales, envolviéndolos con su cola y matándolos con la uña, pues se alimente de ellos.
El Nirivilu se acercó al indiecito para apoderarse de él, pero éste —que sabía cómo se lo podía vencer— saltó sobre él y lo tomó firmemente de la cola. El animal reconoció de inmediato el peligro en que se encontraba y salió del gallinero, corriendo al río cercano. El indiecito iba, sin embargo, sobre su cuerpo, sin soltar la cola, lo que mermaba mucho la fuerza del Zorroculebra.
Llegó éste al agua y nadó a la otra orilla, pero llevaba siempre al indio a cuestas, quien no soltaba la cola. Trepó al otro lado sobre una roca, sin que el joven se separara de él. Luego llegaron a una cueva, y dentro de ella, el indio le cortó la cola, muriendo el animal en un rincón de la caverna.
La sorpresa del indiecito fue grande, pues encontró en ella todas las gallinas que había perdido el rico y que pudo recuperar.
Regresó alegremente' a la casa de su patrón, con la cola de la zorra en la mano.
Esta vez el rico no pudo esquivar el pago. El indiecito lo recibió con gran satisfacción, pues ahora pudo volver a su tierra y solicitar la bella hija de quien se la había negado como mujer cuando era pobre. ¡Pero ahora era rico!
LA VIUDA PELIGROSA
Es un hecho que nadie podrá jamás negar: a veces jóvenes ágiles, esbeltos y elegantes, al regresar de noche a caballo a sus casas, son víctimas de accidentes que nadie que los conozca podrá explicar; se les encuentra muertos en el camino, acompañados sólo por su fiel cabalgadura.
El pueblo conoce, sin embargo, la causa de tales percances. Cuando galopan en una noche obscura, para apurarse en regresar al hogar, se les sube a la grupa la Viuda, una mujer vestida de negro. Sedienta de amor, ello los abraza desde atrás y aprieta con tal fuerza que caen exánimes al suelo.
No siempre el desenlace es trágico. Hay también Viudas juguetonas, que se contenten con asustarlos. A veces se dejan caer ellas del caballo, produciendo, al chocar con la tierra, el ruido de un saco lleno de huesos.
Algunas sostienen que las hay también que sólo se montan en el caballo para revelar al jinete el sitio en que se encuentra un tesoro; pues mientras éste permanezca oculto, el alma de la mujer seguirá en pena y sólo encontrará la paz cuando sea descubierto. Desgraciadamente —agregan los informantes— muchas veces ellas mismas impiden que tal descubrimiento ocurra, por ser demasiado apasionadas, y matar al jinete al abrazarlo ...
EL ALICANTO
A medida que predomina el desierto en el norte de Chile, se presenta con creciente exuberancia una frondosa creación de leyendas en torno al hallazgo de minas y tesoros.
Muchos de los derroteros que circulan al respecto son netamente racionales, indicando, por ejemplo, que desde la plaza de Copiapó se divisan en una determinada dirección tres cumbres; que es preciso remontar la central, desde la cual se verá al sur un algarrobo, hacia el cual es preciso dirigirse; que cerca de él pasa una quebrada, por la que se deberá subir hasta la media falda de la serranía de que proviene; y que hacia la izquierda, tapiada por un derrumbe ocurrido con motivo de un terremoto, existe la bocamina de un riquísimo yacimiento de oro, abandonado justamente con motivo de este desastre, en que perecieron sus mineros. Los datos son siempre un tanto vagos.
Hace pocos años vivía en Chañarcillo un pastor de cabríos y asnales que declaraba haberse radicado en aquel riquísimo yacimiento de plata, ahora agotado, porque su abuela había sabido de labios de Juan Godoy, el descubridor de ese mineral, que por mucha riqueza que éste hubiera suministrado, era una pálida sombra comparado con otro, aurífero y muchísimo más rico, que el mismo Godoy había descubierto al poniente de aquél, en una puntilla de Las Bandurrias, pero que debido a su avanzada edad no había alcanzado a explotar. Manifestaba aquel pastor que él sólo vivía allá con su majada, porque tenía la seguridad de poder ubicar esa segunda mina del célebre descubridor de Chañarcillo.
Es el caso típico de los pastores del norte chileno: viven pobremente, cerca de alguna aguada, de la venta de queso de cabras, de cueros caprinos y de las crías de la majada, como también de transportes que realizan por cuenta de algún mineral cercano; pero todos son al mismo tiempo cateadores o mineros que trabajan pequeñas minas por su propia cuenta, como pirquineros u obreros. Y todos están convencidos de que el día menos pensado descubrirán una mina fabulosa o harán un magnífico alcance en una ya conocida. Mientras más pobre sea el ambiente que los rodea, más se exalta su fantasía, y es, en definitiva, la quimera del oro la que los hace sentirse ricos en medio de la mayor pobreza.
Por otra parte, es un hecho que muchos de ellos han tenido realmente la suerte de descubrir —sin o con derroteros— minas que los han hecho pudientes. El propio Juan Godoy había sido pastor, como ellos.
La fantasía avanza, sin embargo, más allá de los límites de lo racional o verosímil. Hay también otros indicios que permiten descubrir minas o tesoros.
Uno de ellos está vinculado con una prodigiosa ave: el Alicanto. Es corredora y, estando en ayunas, se mueve con presteza, perdiéndose fácilmente entre el roquerío o matorral. Se alimenta, sin embargo, de granos de oro o plata, de modo que al dar con un yacimiento se vuelve pesada y es apenas capaz de correr. Además, sus alas, que extiende a menudo durante la noche, tienen la propiedad de comenzar a brillar luminosamente. Siendo la mina de oro, su luz es áurea; y siendo de plata, argentífera.
Por eso los mineros, al catear de noche, prestan especial atención al descubrimiento de un Alicanto, ya que si dan con él pueden considerarse afortunados, pues les indicará con absoluta certeza donde se encuentra un yacimiento, ya sea de oro o de plata.
La única precaución que requiere esta ave, es que el minero debe mantenerse oculto, pues tan pronto ella se cree observada, extingue el fulgor de sus alas, confundiéndose con la obscuridad de la noche. Y podrá ocurrir también que guíe al cateador hacia un precipicio, a fin de que se desbarranque.
Se sabe, además, que el Alicanto forma parejas que anidan en una cueva, donde la hembra pone un huevo de oro y otro de plata.
Los peligros indicados pueden evitarse, empero, si el minero se limita a observar donde se alimenta el Alicanto, pues ese hecho basta para descubrir ahí mismo la mina, sin espantarlo.
LAS SERENAS CANTADORAS
Fuera de la Pincoya y la Mujer-Pez, la mitología chilena conoce también a las Sirenas, por lo general llamadas Serenas, adoptadas de la europea por intermedio de los españoles y las lecturas de autores clásicos.
Podría pensarse que las unas se confunden con las otras, pero su diferencia es patente: la Pincoya y la Mujer-Pez son benéficas, mientras que las Sirenas, que también son representadas como teniendo un bellísimo cuerpo y la forma de una foca o de un pez en su extremidad inferior, son dañinas.
Ellas embaucan a los navegantes con sus hermosísimos cantos y los hacen extraviarse y estrellarse con sus embarcaciones contra los arrecifes. Se les considera especialmente peligrosas para pescadores jóvenes y apuestos, que muchas veces no regresan de sus salidas a la alta mar, por haber caído en las redes de una de ellas.
Una Serena nació en La Serena, donde vivía hace muchos años, con su madre, ya anciana. La muchacha era de carácter voluntarioso y rebelde. Estando enferma la madre, quiso salir a bañarse en el río, y cuando aquélla trató de retenerla, la hirió en el rostro y realizó su propósito. La madre la maldijo. Pescadores vieron que el río, que venía muy crecido, la arrastró al mar. También apareció cerca de las playas en diversas ocasiones posteriores, lo que indujo a los pescadores a retirarse, porque sabían que donde hay Serenas desaparecen los cardúmenes. También el padre Diego de Rosales escribe en su "Historia General del Reino de Chile" haber visto una Sirena en la bahía de Coquimbo.
Pablo Treutler, minero alemán que residía a mediados del siglo pasado en Copiapó, escribe que los pescadores de Caldera informaron que había Sirenas en la bahía de esa caleta y que por tal motivo muchas personas, entre ellas él mismo, se trasladaron allá para verlas. Se embarcaron a las 10 de la noche. Reinaba calma absoluta en la bahía. Ya comenzaban a reírse ellos mismos de su credulidad cuando escucharon, primero débilmente y luego con intensidad creciente, una música melódica que parecía realmente provenir de espíritus. A veces se escuchaba una voz, o pocas, pero luego se formaba un coro. Las encantadoras armonías parecían provenir de numerosas arpas eólicas accionadas simultáneamente por el viento, pero a veces se asemejaban también á los sonidos de un órgano. El espectáculo fue de la duración aproximada de media hora.
Para este autor, científico serio, la música era producida por peces u otros animales marinos. Cita al respecto una información del vizconde Onffroy de Thoron, quien escuchó voces similares en la bahía de Pailón, al norte de la provincia de Esmeraldas, en el Ecuador, donde los pescadores se las explicaron como procedentes de peces cantantes. Tienen éstos una longitud de cerca de 35 cms., color blanco y manchas azulinas en la espalda. El canto comenzó allá al ponerse el sol y duró durante toda la noche.
http://www.folkloretradiciones.com.ar/_literatura/Keller%20Carlos%20-%20Mitos%20Y%20Leyendas%20De%20Chile.PDF
LA DESAPARICIÓN DE LA CIUDAD DE LA SERENA
Algunos dichos populares dicen: ?El amor mueve montañas? o ?El amor es más fuerte?, pero tras conocer la siguiente historia deberíamos instaurar uno que dijera: ?El amor hace desaparecer ciudades?.
Y es que la leyenda de la ?Desaparición de la ciudad de La Serena? nos cuenta la historia de Juan Soldado, un joven buenmozo y muy humilde que se enamora de la única hija del rico cacique de la ciudad. Pese al enfático rechazo de su padre, la chica se enamora de Juan Soldado y decide casarse con él. Justo en el momento en que el cura iba a dar inicio al sacramento, en la iglesia se comenzó a sentir un fuerte alboroto. Todos los presentes comentaron que se acercaba a la ciudad el padre de la novia, con la firme intención de matar a los futuros esposos para luego, incendiar y destruir toda la ciudad.
Nadie sabe qué, ni cómo pasó, pero el asunto es que cuando el padre enfurecido pisó los alrededores de la ciudad, ésta de pronto se desvaneció, se esfumó.
Acompañado de sus soldados recorrió a caballo montes y praderas, pero todo era un peladero. La ciudad no estaba. Había desaparecido.
Cuentan que, a veces, por lo general los sábados, las personas que pasan cerca del lugar donde estaba emplazada dicha ciudad, se escucha música y canciones. Otros dicen que para Viernes Santo la ciudad se hace visible a los que la contemplan desde lejos, pero la imagen comienza a desvanecerse en la medida en que la gente se acerca a ella.
LA AÑAÑUCA
La Añañuca es una flor típica de la zona norte de nuestro país, que crece específicamente entre Copiapó y el valle de Quilimarí, en la región de Coquimbo. Pocos saben que su nombre proviene de una triste historia de amor...
Cuenta la leyenda, que en tiempos previos a la Independencia, la Añañuca era una flor joven de carne y hueso que vivía en un pueblo nortino. Un día, un minero que andaba en busca de la mina que le traería fortuna, se detuvo en el pueblo y conoció a la joven. Ambos se enamoraron y el apuesto minero decidió relegar sus planes y quedarse a vivir junto a ella. Eran muy felices, hasta que una noche, el minero tuvo un sueño que le reveló el lugar en dónde se encontraba la mina que por tanto tiempo buscó... Al día siguiente en la mañana tomó la decisión: partiría en busca de la mina.
La joven desolada, esperó y esperó, pero el minero nunca llegó. Se dice de él que se lo tragó el espejismo de la pampa. La hermosa joven producto de la gran pena murió y fue enterrada en un día lluvioso en pleno valle. Al día siguiente salió el sol y el valle se cubrió de flores rojas que recibieron el nombre de infeliz mujer.
http://www.chile.com/tpl/articulo/detalle/masnotas.tpl?cod_articulo=722